miércoles, noviembre 23, 2005

cyclone


Una vez en New York, llegar a Coney Island es fácil.
De todo delirious New York el clásico libro de Rem Koolhas, lo mas delirante seguro es él capitulo dedicado a este extraño lugar que albergó los primeros pasos de lo que hoy podrían ser los parques temáticos, y que hasta cierto punto lo sigue siendo.
A Coney Island los domingos, solo va el tren Q, que desde Manhattan cruza el puente Brooklyn regalando la menos espectacular de las vistas que se puede tener desde los puentes como Queens o Williamsburgh del skyline de la isla.
A medio camino esta Brighton beach, todo se vuelve ruso, todo está escrito en alfabeto cirílico, un mercado callejero interminable comienza bajo las vías del tren y se expande sin fin en todas direcciones, la gente es rubia, la voz es fuerte, el carácter duro, el idioma incomprensible y discuten por todo.
El tren llega a Coney Island, sé que he llegado, porque reinando sobre todo, desde 1884 esta Cyclone, la primera roller coaster o montaña rusa, mi corazón late...no puedo esperar.
Se puede ir solo a eso, pero antes de llegar aplaco la euforia paseando por las manzanas de lo que alguna vez fue divertido y extravagante y hoy solo nos traslada a las ferias de los pueblos pobres (mujer barbuda incluida), un pasado del que cyclone es el único testigo.
Coney Island podría resumirse en esas cinco manzanas de desorden, deterioro, hot dogs y mazorcas fritas enfundadas en embutido y mayonesa, todo sobre inflado de precio, de familias pobres y de inmigrantes analfabetos paseando, o con sus niños duchándose sobre la arena, en infinitos idiomas distintos al ingles.
Esas cinco manzanas resumen en una forma rara, la rara realidad de los extrarradios de las grandes ciudades norteamericanas que no llegan a suburbio, donde todo es tan surrealista y tan indefinido que podría ser cualquier ciudad latinoamericana donde pintoresco y pobreza son una misma cosa.
La sensación de mezcla, de desencanto inunda el paseo, pero ahí está cyclone.
Pequeña, vertical, rápida, engañosa, de acero y vías de madera, ha llovido un poco, la madera esta mojada y por eso casi no cruje, después de ciento veinte años sigue siendo top ten, pero al verla imposible no subestimarla, se la subestima, una mujer de color y sobrepeso mas que evidente me pide que viaje con ella “it’s so scary” yo conservo mi expresión cool adquirida en la isla, y le digo ok, el antiguo carrito de piel roja y bordes dorados solo afirma las piernas con una barra, viene el primer descenso, mi cool expresión desaparece en una serie irrepetibles de palabras chilenas de grueso calibre, mi cuerpo se levanta, es casi vertical, luego gira bruscamente, ¿dónde esta el sobrepeso de mi compañera? Me voy para todos lados, me vuelvo a levantar, no consigo decir algo como...OH que escalofriante!!! No, solo consigo palabras que sonrojan vienen 3 descensos mas y giros impredecibles, todo pasa en menos de dos minutos, no se puede dejar de gritar...
Al salir...nadie repite una segunda vuelta, y eso que cuesta la mitad.
A mi, me tiemblan las piernas, no puedo caminar, mi vecina se sienta un poco...inhalar, exhalar...
“oh my good this is best than a men!!!” no puedo decir mas...oh
Es domingo
Al día siguiente un huracán real, igual de violento, igual de subestimado que cyclone, igual de veloz, arrasó New Orleáns agitando a sus habitantes como la pequeña cyclone, evidenciando tal como Coney Island la curiosa pobreza del poderoso y que a veces las ciudades no son mas que maquetas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una vez en Nueva York, no es fácil llegar a Coney Island. Hay que contar con mucho tiempo y con una alegre mente infantil.
Te felicito
Jorge J.